La noche despejada arrancaba tiras
de piel del cuerpo, mientras abrigado paseaba Juan por las calles. La luna se
alzaba prominente casi apoyada en un tejado, y el sonido de un gato maullando
se percibía.
No sabía lo que le había empujado
a dar aquel paseo nocturno, de los que él no acostumbraba hacer, pero en su
casa las ideas, la imaginación y la invención se amontonaban en su mente, y en
la habitación donde llevaba horas intentando conciliar el sueño estaba
impregnada de él.
Tenía frío, su ropa no era
suficiente para refugiarse de la brisa helada que parecía traspasarle como si
fuera un alma en pena que vagaba. Pero le daba igual, pues necesitaba de ese
espacio para poder hacer volar su cabeza hasta las estrellas, y para que todo
su mundo interior se proyectara utilizando el cielo de pantalla.
Solo sus pasos se repetían en las
calles, y fueron estos mismos los que le condujeron hasta el puente de aquel
pueblo, el mismo donde algunos días se detenía para observar la afluencia del
río, del cual ahora solo escuchaba. Posiblemente él ayudaba a que éste subiera,
pues sentía como se deshacía.
Prosiguió con su paseo, el pueblo
terminaba, y el bosque lo comenzaba a cubrir con su techo de árboles y sus
paredes de troncos. La oscuridad se abalanzaba sobre él cuanto más se alejaba
del pueblo, hasta que sus ojos derrotaron a aquella ceguera temporal que le
permitía distinguir bultos.
El camino lo conocía, puesto que
de niño siempre jugaba en él, y poco tardó en encontrarse con una casa
semiderruida. Hacía meses que Juan no pasaba por allí, demasiados. La casa no
era ni la sombra de lo que había sido, la maleza había cubierto el exterior
casi por completo de madreselva y parecía que la agarrase en su regazo. La casa
a gusto entre ramas, parecía haber muerto en esa posición.
Juan entró sin pensarlo, aun
viendo como los recuerdos salían de ella como seres vagando, arrastrando los
pies en cada paso, con su mirada gélida e inexpresiva. Llevaba tiempo
pensándolo, ya no podía aguantar más. Desde aquél día no había vuelto a
pisarla, y desde entonces las pesadillas y el insomnio se habían apoderado de
él.
De repente, al entrar escuchó un
ruido, Juan asustado, se quedó quieto y callado, y notó como algo se abalanzaba
sobre él. Cayó al suelo y lo vio a él, no se lo podía creer, rápidamente se
escabulló de sus brazos y comenzó a correr. Juan se levantó y comenzó a
perseguirle gritando su nombre.
Las lágrimas se agolpaban en sus
ojos y se resbalaban por su mejilla, dejando un haz mojado a su paso, Juan
sonreía. Jackie entró en el pueblo y Juan intentaba alcanzarlo. Jackie se
detuvo delante de una puerta, y Juan lo abrazó con todas sus fuerzas. Pero solo
notó frío en su abrazo, de hecho, solo notó como se abrazaba a sí mismo.
Jackie estaba mirándolo a su lado
con pena y le ladraba en silencio mientras parecía que señalase la casa a donde
había parado. Juan miró dentro y se dio cuenta que había gente en el patio.
Comenzó a escuchar unos alaridos y se percató que lo que en realidad estaba vislumbrando
era el parto de una perrita. Se volvió sonriente hacia Jackie para corroborar
sus sospechas, pero éste ya no estaba.
Su sonrisa cesó, pero un pequeño
sonido captó su atención y algo comenzaba a olisquearle el zapato, y al mirar
se topó con un Jackie en miniatura que confirmaba sus sospechas.
Zopenko Smith '13