jueves, 9 de septiembre de 2010

El Cruasán


Ayer, comencé a currar como otro día cualquiera, saludando a mis compañeros, saludando a los clientes, y pasando rápido por delante del despacho del jefe para no verme llegar tarde. Después de esto pasó una horita haciendo mis quehaceres de trabajo y aprovechando para desayunar.

Y entonces fue cuando llegó, parecía notar temblar las paredes cuando se acercaba trotando hacia mí y justo cuando lo tenía delante de un manotazo lo oscureció todo. Un golpe en la cabeza me obligo a abrir los ojos, y lo vi todo de lado.

Me incorporé y miré a mi alrededor, por suerte nadie me había visto, miré a la pantalla del ordenador, o lo que se llame ese tubo verde-negro con carcasa, y comencé a observar las letras y los números, que pronto se convertirían en letrúmeros.

Un comentario de un cliente consiguió captar mi mermada atención “Ey jefe, vigílate a los empleaos que se te duermen…”, y suerte que mi mente brillante tuvo una reacción rápida dentro de la lentitud de mis actos “Perdone Sr. Francisco, no estoy dormido, estoy concentrao…”, y hasta ahí tuve la decencia de hablar cuando me dí cuenta que me había pillado con la boca abierta, con los ojos semi-cerraos y semi-mirando la pantalla en un punto fijo.

Ya no podía más, me fui al lavabo, me lavé la cara, me pegué una bofetada (de esas que suenan), y me dirigí de nuevo hacia mi puesto de trabajo (que en ese momento era lo peor que me podía pasar, estar sentado y con poca faena).

Cuando me senté, mi lugar de trabajo parecía más amplio y con más luz. Bien, parece que mi método despertador funciona. Me dispuse a copiar unos pedidos a boli, y de repente lo noté, aquél temblor que me acechaba, que se acercaba, que me echaba el aliento en la nuca…intenté esforzarme por abrir los ojos al máximo y me concentré sobremanera, pero mi escritura me delataba, lo que había comenzado con una palabra, se había metamorfoseado convirtiéndose al final en una línea.

Me levanté de aquél lugar tan tenebroso, huí de aquella bestia que no paraba de perseguirme, que todavía me podría estar acosando durante horas, me planté en el vestuario y cerré la puerta, echando incluso el pestillo, atemorizado.

Fue entonces cuando aquél santo grial se presentó ante mí. Como un recién nacido, en su cunita arropadito, un cruasán enorme acurrucado entre papeles de panadería, con unos cuernos que aterrorizarian hasta al torero mas valiente, con aquélla cremita por encima que brillaba con la luz fluorescente, con aquél tacto que podrías hacer fácilmente una bola dulce y sabrosa de mejunje cruasanil.

Si yo fuera creyente lo adoraría, me arrodillaría ante él. Si yo fuera cariñoso lo abrazaría con todas mis fuerzas hasta que esos cuernecillos se tocarán entre sí.

Pero en aquél momento me tocaba ser carnívoro.

Lo devoré, me lo comí, lo dentellé, se volatizo ante mis dientes, lo arropé con mi boca, lo succioné, lo descuarticé, y fue entonces cuando por fin pude abrir la puerta y afrontar lo que quedaba de día, tranquilo porque sabía que con mi mega cruasán protegiéndome no habría monstruo ni fiera capaz de acercarse.

PD: Por problemas técnicos con mi móvil, la foto original no la he podido subir, alomejor próximamente....

3 comentarios:

  1. Esto es la continuación de tu relato no? Está muy chulo ^^ continúalo.

    ResponderEliminar
  2. Por cierto, tengo blog nuevo, no dejaré el otro, pero este es más de andar por casa, hazteme seguidor ^^ http://rincondenubes.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  3. Diría que es una entrada más, no la continuación de la historia...
    Está bien, muy real, pero para la próxima, recomendaría al "prota" dormir una horita más, por si no hubiera ningún cruasán cornudo esperándole en la taquilla XD

    ResponderEliminar