domingo, 11 de noviembre de 2012

Al Final del Pasillo




Manolo subía las escaleras con decisión y con rabia, sobre todo con rabia. Todavía maldecía como su querido socio le había puteado lo suficiente como para que a él le castigaran por moroso y al benefactor le mamaran las pelotas dos mulatas en el caribe, dos caras de la misma moneda.

El apartamento donde se dirigía estaba en un quinto y el ascensor estaba averiado, así que nuestro protagonista ya se encontraba en la cima mirando cara a cara al suelo y luchando con el aire para arrebatarle bocanadas apresuradamente. Por mucha rabia que tuviera su cuerpo no le haría olvidar tantos meses de inactividad, estaba claro.

Lo había pensado durante la noche, estaba de mierda hasta el cuello, necesitaba la pasta urgentemente, así que, ¿que mas le dará a la pobre vieja con la que me encuentre quedarse sin unas joyas o algunos billetes de los cuales él le iba a hacer mejor uso?, además, se iba a encontrar con un joven encantador que le sonreirá mientras le limpia la mierda amablemente.

Manolo picó a la puerta y se sorprendió al ver como la ésta cedía tímidamente y la acabó de abrir. Entró poco a poco, arrastrándose por la entrada como un ladrón en medio de la noche. Pero no estaba en el papel de ladrón ahora mismo, sino el de cuidador amable y responsable. “Perdone!!!! Señora!!!? Vengo del ayuntamiento a cuidarla….”

No obtuvo ninguna respuesta por parte del apartamento, así que se dispuso a buscar a la pobre mujer, a lo mejor le había dado un ataque y se la encontraba muerta en el suelo. Delante de él apareció un pasillo largo y lúgubre, hasta que, tanteando, se hizo la luz, la cuál lo dotó de tres puertas a la izquierda, las dos primeras estaban entreabiertas y la última cerrada.

Manolo entró en la primera puerta, picando con rotundidad a la puerta y gritando señora!, nada. Entró en la segunda puerta, le dio al interruptor de la luz, pero al parecer la bombilla estaba rota, la tenue luz que desprendía la televisión encendida iluminaba una sala de estar que esperaba ansiosa algún ocupante que viera lo que el aparato le ofrecía.

Cuando Manolo fue a salir de la sala de estar, un chasquido le sorprendió por la espalda y una musiquilla estridente comenzó a sonar, el corazón de Manolo había experimentado un giro de montaña rusa de 180º y ahora yacía volcado sobre el pecho de su propietario mientras se le derramaban los nervios por la voluptuosa barriga hasta llegar a los pies temblorosos.

La caja de música parecía reírse burlonamente del cuidador, mientras su bailarina giraba poco a poco. De un porrazo cerró la caja, enfadado consigo mismo y con aquella labor que le esperaba, al parecer, al fondo del pasillo. Pero ese supuesto enfado se le pasó al instante al pensar lo que estaba cerrando, abrió la caja de música y miró debajo de las faldas de la bailarina, y allí estaba la joya.

Nunca había visto nada igual, aquella joya parecía resplandecer por encima de cualquier joya existente, su tacto era cálido y hacía estremecer el cuerpo de cualquiera, con aquél acabado tan singular y aquella forma tan excelente.

De repente, un ruido le arrancó de su ensimismamiento y le volvió a la realidad. Dejó la joya y se fue a investigar. Por fin se habría despertado la vieja de su casi último letargo. Salió al pasillo y continuó llamando a su vieja, pero al pasar por la tercera puerta, algo le llamó la atención, estaba abierta, así que entró con cuidado, encendió la luz y ante si se mostró, un grande y amplio vestidor.

Volvió al pasillo, y se fue al final, encendió la luz, y se encontró delante de un amplio comedor, las persianas estaban cerradas, así que las abrió cansado de tanta oscuridad. El color de la luz del día tornaba el apartamento más acogedor. Con el silencio percató un murmullo que provenía de una puerta a un lado del comedor, poco a poco se dirigió hacia allí, parecía que era un hombre hablando airadamente, y al parecer otro discutía con él, según se acercaba a la puerta murmuradora,  escuchaba la conversación con más claridad, ahora se escuchaba que se peleaban y ambos repetían el nombre de una chica…

Picó suavemente a la puerta y Manolo se coló por ella diciendo  “perdón, ¿se puede?”, no obtuvo respuesta. En la radio los dos combatientes enamorados yacían en el suelo y la mujer había aparecido en el acto riéndose de ellos y presentándoles a su nuevo novio, más guapo y corpulen….pic, sin el ruido de la radio, intentó entablar conversación con aquella sombra que yacía en aquella silla sin obtener respuesta.

La luz no iba, así que subió las persianas y vislumbró  una mujer aparentemente dormida en su silla. Los zarandeos amables se tornaron a fuertes y violentos. Confirmo lo que pensaba, seguramente le habría dado un ataque al corazón o algo por el estilo, así que  tenía completa vía libre para robar las joyas, para luego llamar a la ambulancia para que viniera a buscarla.

Después de apropiarse  de aquello tan preciado, se dispuso a llamar a la ambulancia. Se apoyó en el ventanal que daba las vistas de todo el pueblo que se desperezaba, mientras se reía del vuelco que le había dado el día, que ahora le sonreía mientras notaba como esa mala suerte que le venía arrastrando durante días, retrocedía gracias a las joyas de aquella pobre mujer.

A ver, teléfono de emergencias… uno…uno…….de repente no podía respirar, algo transparente le oprimía la cara con fuerza, y una embestida por detrás le tumbó, parecía una tortuga boca arriba, no podía moverse ni hacer nada, el aire le faltaba, el corazón había tomado otra vez la montaña rusa, podía ver como pasaba algo raro en su asiento del vagón y como aquel cinturón se desabrochaba y él caía desde lo más alto disparado. A lo alto, alejándose, un hombre sin rostro sonreía en aquella montaña mostrando el cinturón que le había sujetado a la vida durante muchos años. Lo de abajo se acercaba apresuradamente, un cuerpo inerte bañado en sangre yacía en el suelo, Manolo se acercaba a él con rapidez. El cuerpo mucho a mucho iba tomando la forma de la vieja, pero esta vez con la cara llena de sangre, fue entonces cuando lo entendió todo, puta crisis…

Zopenko Smith

domingo, 4 de marzo de 2012

Soledad Incauta



Soledad incauta, que te escondes entre los resquicios de estas paredes de sexo. Ensumas la confusión del vacío y me visitas para hacerme compañía. En tan poco tiempo te puedo notar, como me acaricias en la oscuridad, cuando abro la puerta que me conduce a ti, después de conocer ese sueño despierto que ahora es recuerdo.

El olor a sexo mancha mis manos de esencia, mientras que por mi nariz se marcha el recuerdo físico de tu presencia. Poco a poco, las paredes se vuelven frías y distantes, en esta habitación que se agranda al tiempo que se ralentiza.

La magia ya no existe en este mundo que antes era sueño. La delgada línea que separaba la realidad de los sueños se esfumó durante horas que parecieron segundos, y ahora solo queda el deseo de dormir en esa cama que aún conserva parte del alma con su aroma. Es en esa oscuridad cuando puedo abrazarla, y ella, con más fuerza, me abraza también. Pero es cuando me despierto, la miro a la cara y me estremezco con sus manos frías, cuando le pregunto: ¿Soledad, porque tienes su misma cara?

Zopenko Smith

lunes, 27 de febrero de 2012

Entresábanas



Las cortinas ondeaban al viento y en la habitación no existía el tiempo,

Pero entre las sábanas se bailaba a ritmo de tortuga. Dedos de dos ruedas viajaban por el continente de su ser, dibujando las orillas que las separaba del mar de algodón, con aquellas olas de tela.

Las cortinas ondeaban al viento y en la habitación no existía el tiempo,

Pero entre las sábanas la tortuga corría. Los dedos curiosamente se quitaban la camiseta en los puertos de montaña. Allí en lo más alto no existía el frio, pero si costaba respirar.

Las cortinas ondeaban al viento y en la habitación no existía el tiempo,

Pero entre las sábanas la pantera comía tortuga. Los dedos sudorosos se deshacían en aquel pequeño bosque brasileño. Allí los cocos se veían altos y jugosos, y el suelo temblaba.

Las cortinas ondeaban al viento y en la habitación no existía el tiempo,

Pero entre las sábanas la pantera alcanzaba la luz. Los dedos habían desaparecido, ahora buceaban. No se habían podido resistir a aquel oasis de éxtasis.

El apocalipsis comenzaba, los temblores y escalofríos atormentaban a aquella tierra suave que chillaba como una diosa enfurecida que iba y venía.

Parecía el fin de mundo, pero en aquélla nube pomposa de cuatro patas, el Olimpo comenzó su creación divina.

Zopenko Smith

lunes, 20 de febrero de 2012

Gota a Gota



Una gota tras otra retumba en mi cabeza proveniente del piso de arriba. Una cámara me está grabando como pierdo la vida poco a poco, o eso cree el que me capturó, porque si me hubiera querido matar gota a gota, me habría tenido que afeitar y sujetar bien la cabeza, cosa que no ha hecho. Pero lo que más temo es la grieta del techo por donde cae el agua, parece que poco a poco se vaya haciendo más grande. En esta hora que llevo despierto, parece que haya crecido unos centímetros, tiene pinta de que cada vez crecerá más rápido.

El tío este parece tan predecible, aún me veo paseando por la calle, en uno de mis paseos nocturnos habituales, y como torpemente un hombre me golpea en la cabeza con un bate, si, el mismo que reposa apoyado en la pared de al lado de la mesa del comedor. Me habrá arrastrado hasta aquí, me habrá sentado y se me ha puesto a grabarme, seguro que se masturbara viendo como muero, o eso creerá porque yo no voy a morir, al menos hoy.

Me ha atado fuertemente, no puedo escapar. Comienzo a pensar que moriré aquí, sin poder besar a mi mujer por última vez o abrazar a mi hijo con todas mis fuerzas…

El suelo bajo mis pies se derrumbó y caí. Tirado en el suelo, solo pude ver sangre que provenía del cuerpo que yacía bajo la silla, y un monitor en el que se veía una habitación vacía con un agujero en el suelo. Un montón de gente muda me observaba, un cartel que ponía “The Saw Smile” reinaba el comedor, y mi hijo se dirigió al cuerpo inerte bajo la silla, diciendo “Mamá, mamá”. Entonces una gota volvió a caer sobre mi cabeza.

Zopenko Smith

certamen microrrelatos ventadepisos.com

domingo, 12 de febrero de 2012

¡Que me Parta un Rayo!



Que me parta un rayo, a ver si así consigo tener poderes, y de entre todos ellos poder tener el de matar de risa. Me imagino siendo un payaso diabólico con una sonrisa estridente y miles de caras alrededor mío vestidas de horror y miedo, entre carcajadas crueles y despiadadas. Hasta conseguir que sus muecas les hicieran sangrar en la piel, hasta que sus risas les dejaran sin respiración, hasta que sus ojos sobresalieran de sus orbitas para hacer puenting por encima de sus narices.

Pero está claro que si me parte un rayo no me dará poderes ni nada por el estilo, vamos como si estuviéramos en una serie británica dirigida por Tom Green. En todo caso, si me parte un rayo me electrocutaría del poder del rayo y me podría ir saltando por la ciudad, eligiendo entre hacer el bien y hacer el mal, con bombas de electricidad, y chutándome con líneas de alta tensión para poder agrandar mi poder.

Pero está claro que si me parte un rayo no me dará poderes electrocutantes, vamos como si estuviéramos en un videojuego de Sony y yo fuera el monigote que cualquier desconocido pudiera manejar a su antojo. Que me parta un rayo si me pasa alguna de esas cosas, y que mi ser se divida en dos partes iguales de mi, para poder hacer doblemente el bien allá donde vaya… pero que horror, como si no tuviera suficiente con entenderme a mí mismo, como para intentar entender a otro como yo, que en realidad es como si fuera parte de mi, pero que no soy yo, aunque lo fui… da igual, en todo caso si un rayo me atravesase, ni tendré poderes raros ni eléctricos ni me dividiré … pero … y si …

Zopenko Smith 

domingo, 5 de febrero de 2012

Palomitas



Entre palomitas de besos y abrazos, versos y trazos luchan por los oscars de entre tu pelo. La arena cristalizada me mira en 3D, yo me congelo, pero aun sin verte te veo en blueray. En silencio me desespero y con tu calor me reinicio, mofletes de bebé...llenos, grano de maíz…en cueros.

Zopenko Smith 

miércoles, 18 de enero de 2012

Niños Asesinos



Me deslicé por entre la puerta abierta, y una clase abarrotada de nervios se me apareció. Moviéndose de un lado hacia el otro, formaban un murmuro constante que rebosaba por las ventanas abiertas.

La figura del diablo caminaba atemorizando a cada paso. Su sonrisilla malvada dibujaba una mueca rara en su rostro y su voz resonó para indicar el fin de nuestros recuerdos escritos.

Hoja a hoja, lentamente, un dominó de palabras juiciosas invadían la clase. Cuando las leí, fue cuando pasó. Justo en el momento en el que comenzaba a recordar, tres niños con cuchillos entraron en aquél infierno. Nos amenazaban furiosamente, con su cuchillo en el pescuezo. Poco a poco regalimaban pequeñas lágrimas infernales por aquél cuchillo temeroso, mientras tanto, intentaba recordar…

Los otros dos niños merodeaban por clase, endiablados, haciendo ruido y destrozándolo todo. Pero aquel niño me miraba fijamente con ojos de rabia, mientras mi vida jugaba con su hoja carmesí. Comencé a recordar… en mi mente desierta comenzaba a lloviznear.

De repente, un trueno atroz e ideal, partió la clase en dos. Dos niños cayeron por aquella enorme fisura, pero el que me amenazaba todavía me miraba con gran odio y rencor.

Le miré a los ojos, y me di cuenta que tan solo era un niño. ¿Qué diablos iba a hacer con un cuchillo, sino creer que juega?, así que me relajé e intenté conversar con él. Pero cuando me fijé bien, no lo pude evitar, cogí el cuchillo por la hoja, bien sujeto, de forma que aquella cruel hoja despiadada de plástico me hiciera un pequeño corte inocente.

Sonreí al chico y lo cogí de la mano. Me fijé que el otro niño todavía vivía, sujetado a la repisa estaba suspendido en el aire. Lo ayudé a subir, y también lo cogí de la mano, y juntos, se los entregué a aquél tío con dos cuernos malpeinados. El tío tenía la paciencia de un santo, puesto que por lo menos tenía a cien niños calladitos y buenos a su lado.

Ahora solo el silencio de pocos reinaba la sala, y yo, tranquilamente y con una sonrisilla de niño de feria grabado en la cara, me dispuse a salir por aquella puerta gigante, que otorgaba la libertad.

Zopenko Smith